El botón rojo
Metí la llave en la cerradura sigilosamente tratando de no despertar a mis vecinos. El silencio me aturdida. Crucé la sala y fui directamente al baño. Necesitaba una ducha urgente. Me fui despojando de cada una de mis prendas como si fuera un ritual que me condujera hacia la libertad. Tardé en ducharme más de lo habitual. Salí del baño, prendí el lavarropas y me dirigí a mi habitación . Mis pensamientos, que no eran claros, chocaron de repente con el saco de Mario colgado en el perchero. El timbre me sobresaltó. Abrí la puerta. Sabía con quién me iba a encontrar.
- Buenas noches.
- ¿La Señora Gomez? Preguntó un oficial acompañado por dos más.
- Si. Contesté en un susurro apenas.
-Lamentamos comunicarle que se ha encontrado un cuerpo cerca del río. No encontramos su billetera por lo que deducimos que fue un robo. Pero en este pueblo nos conocemos todos. Por eso estamos aquí. Tendrá que ir a reconocer el cuerpo. Creemos que es su marido.
- Mis recuerdos de ese momento no son claros. No sé cómo terminé de vestirme y salí escoltada del oficial y sus dos ayudantes. El llanto empañaba mi vista. Volví a recorrer ese camino que hacíamos casi todos los días con Mario a la salida de nuestros trabajos. La llegada al lugar me devolvió a la realidad. Allí, tirado casi en la vera del camino que conducía al río, un cuerpo. En el cielo, la luna cómplice, se escondía entre las nubes. Me arrodillé y tomé su mano que estaba cerrada. Allí estaba. Un botón rojo. El botón de la camisa que había dejado lavando. Lo tomé disimuladamente y me levanté. Llegué a casa Me hice un té y mascullé entre dientes: -La soledad es la máxima expresión de libertad.